Reencontrarse a sí misma, la clave del renacimiento de Luisa Parra 

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Levantarse, mirarse al espejo, cumplir la rutina, pero convertirse en un ser sin rumbo ni motivaciones. Pasa mucho, aunque las redes sociales mientan constantemente sobre el estado de ánimo real de cada ser humano que las usa. Un post puede esconder muchas mentiras, o simplemente puede ser un eufemismo para no enseñarle al mundo lo frágil que puede ser la vida en muchas circunstancias. Luisa Parra, velocista de proyección hecha en la cantera de una generación bogotana de gran talento, se fue diluyendo hasta caer en el mar de la incertidumbre. Las medallas en casa, el entusiasmo competitivo y el alma forjada en velódromo Luis Carlos Galán, de su natal Bogotá, se perdieron en un vacío existencial del que solo pudo salir hace un par de años cuando partió rumbo a Norteamérica. El sueño americano para huir de la pesadilla colombiana. 

Intentó en la ruta, divagó por el pelotón en distintos equipos, pero Colombia y su rústica geografía jugaban todo el tiempo en su contra. Su naturaleza de fibras potentes, de esfuerzos cortos y explosivos, no tenían lugar en un ciclismo de resistencia y cuestas que tocan alturas hechas para la gloria de unos pocos. Bien decía con sabiduría Edwin Ávila, bicampeón mundial de pista, que para ganar unas volantes en el país había que formarse como escalador. Ese contrasentido, martirizó a la bogotana. Le quitó el deseo de competir, de ser lo que siempre quiso. Le robó el alma deportiva y poco a poco la hizo caer en un confuso laberinto personal. 

“Realmente, tomar la decisión de dejar tu país y salir adelante en un lugar donde todo es diferente, no es fácil… pero tampoco imposible. Fue una decisión familiar. Hubo un momento muy crítico en el 2022 donde no tenía un rumbo en mi vida, estaba totalmente desubicada. Pero después de cinco meses de estar acá en Estados Unidos, tomé la decisión de volver a ser ciclista, disputar critériums, es un mundo que me encanta”, cuenta Luisa en ADN Cycling, ya alejada del panorama colombiano y con una nueva y vigorosa vida que combina largas jornadas laborales en el sector de la construcción, con el entrenamiento indoor y las competencias de un ciclismo que, justamente, tiene cimientos perfectos para deportistas potentes, que disfrutan de la adrenalina, de los arranques impetuosos y del ardor que produce el ácido láctico en un sprint lanzado a poco más de 50 kilómetros por hora.

“No tengo el mismo descanso que tienen otras chicas, pero sí tengo el rumbo y el objetivo muy claro, esa es mi motivación. Trabajo de pie y moviéndome por todo lado todo el día. Solo me queda tiempo para llegar a casa, ducharme y empezar el entrenamiento en simulador”, relata. Sus jornadas son de 10 a 12 horas supervisando acabados, proyectos de vivienda, obras.. un trajín que demuele, pero al final del día la bici es la descarga. Es una especie de descanso activo que libera estrés, aún en medio del agotamiento rutinario. Montar como pasión, pero también como una vía de escape, un refugio para sentirse lo que en su país había dejado de ser. 

“Ya logré ser cuarta en Sunny King – uno de los critériums más importantes del circuito estadounidense – enfrentando a la mismísima Kendall Ryan”, dice con orgullo y razón no le falta. Pudo tomar la rueda de la mejor y más reputada corredora hasta el momento de la definición. Pero lo que menos importa es el aspecto técnico en competencia. Lo que vale es todo lo que había detrás de ese histórico contexto: la colombiana que un día llegó con la mochila en la mano buscando una oportunidad y mirando de lejos la posibilidad de volver a enamorarse del alto rendimiento, desafiando a Ryan, una especie de diosa de los USA Crits, la ciclista con todo a sus pies.

“¡Fue increíble! Al principio, cuando llegué acá, lo único que dije fue: ‘hola, mucho gusto, mi nombre es Luisa y vine a correr. Eso fue todo’… ¡ah ok!, la inscripción vale esto y si ganas recibes lo otro”, recordó sobre su primera experiencia, cuando pudo formar parte de la carreras con apoyos externos. Y es así, en Estados Unidos todo es pragmático. El ciclismo es bussines puro con profesionales que lo entienden como una parte de sus vidas, pero no como un todo. “Acá no es como en Colombia que todo es como ¡wow la Vuelta a Colombia! Acá no, las competencias son muy específicas y no son monótonas. Hay variedad: 200 metros, prueba por puntos, sprints, carreras por la general, y así. Es algo que me hace recordar a la pista”, dice Luisa, que en su tiempo de velocista llegó a integrar los seleccionados juveniles en eventos continentales.

Ya tiene 26 años y gracias a su vocación, a la firmeza y a la entereza que tuvo para rebuscarse un lugar sin equipo, llegó la recompensa: hoy es integrante de la nómina del Kingdom Elite Racing, un equipo de valores cristianos que le devolvió la fe y rescató sus virtudes deportivas. “Tú puedes ser el más top en Colombia, pero aquí, si no sabes ser persona realmente no estás en nada”, dice Luisa, una mujer absolutamente reconstruida. “Necesito emprender y entrenar, emprender y entrenar. Aquí me cambió el chip totalmente”, reitera. 

Ha logrado entender que el ciclismo no es la vida y que la vida sin ciclismo sigue. Ahora es competitiva porque su mente se ha liberado y no depende exclusivamente de un rendimiento. Lo disfruta, siente la adrenalina, pero cuando cruza la meta, se acabó, hay que seguir.

“Es lindo volver a sentirse fuerte, sentir esa sensación que había perdido en Colombia cuando entrenaba a mi suerte para poder llegar en el grupo. Lo importante es tener un enfoque, porque si no lo tienes estás perdido. De nada sirve salir a entrenar cinco o seis horas sin la certeza de que te vayan a llevar a la Vuelta a Colombia. Muchas veces entrenaba con todas mis fuerzas y me bajaban del bus. Pasé muchas veces por esta situación. Es duro, pero la vida sigue”, recuerda. No guarda rencores, solo argumenta un aspecto que es cierto: las escasas oportunidades para ciclistas de otras características.

La migración de ciclistas a Estados Unidos es cada vez mayor. Cada uno llega por distintos motivos, pero con un mismo objetivo: encontrar competitividad en un campo especializado. Diana Peñuela lo certifica. Ella también firmó su primer contrato profesional en Estados Unidos después de tocar muchas puertas. En 2015 el UHC le abrió sus puertas y de ahí en adelante su vida tomó otro rumbo. La bogotana también ha encontrado respuestas a cientos de interrogantes. Ha logrado llenar un vacío rodeada de compañeras y un staff que van en su misma dirección. Volvió a creer. Volvió a ser ella. Volvió a ser, Luisa Parra.

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