Pinocho y el calvario de un talento que quiere renacer

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Oscar Duvián Galvis. Nombre compuesto y poco común. Conocido pero muy poco mencionado por los miembros del pelotón. Pinocho, tan sonoro como famoso por su personaje de película, es conocido y mencionado hasta la saciedad por todos. Una misma persona en dos mundos. Así es el universo ciclista, donde el sobrenombre hace ley y el nombre original pocas veces se hace costumbre. Su físico de 52 kilos apenas forrado por la capa de la piel era el fiel reflejo del escalador fino y preparado para desafiar la gravedad en las duras cuestas de la geografía nacional. En el último lustro, Pinocho era una referencia recurrente en el calendario, pero en su destino ciclístico apareció un dolor que frenó por completo sus aspiraciones. 

Se esfumó el eco de su apodo y se perdió la estela de uno de los talentos que supo sacar réditos estupendos en la pandemia. Hace tres años, en el Meta, fue el mejor escalador de la Vuelta de la Juventud. Ganó las dos etapas más importantes – Buenavista y Chipaque – y finalizó segundo detrás de Diego Camargo. No ganó la general porque el primer día cedió una ventaja considerable en la contrarreloj. En la montaña fue la voz cantante, el imbatible, el único capaz de doblegar a un Camargo que meses más tarde hizo historia con el doblete Juventud y Vuelta a Colombia. El antioqueño vivía su idilio. Sin embargo, a diferencia de Camargo, su destino cambió por completo. Empezaron los dolores crónicos en la rodilla derecha. Como consecuencia el rendimiento bajó, no pudo refrendar su actuación en la Vuelta de la Juventud en su último año sub-23, y llegó el olvido. 

“Gaby (por Gabriel Jaime Mesa, DT de EPM), no me siento bien, sigo en las mismas. Si voy a la Vuelta es tirar grupeta y a sufrir”, fueron sus palabras premonitorias. “Al principio muchos me decían que era un tema mental, pero en realidad, el que siente el dolor soy yo, y nadie sabe lo frustrante y duro que es. Yo amo montar en bicicleta, me gusta ser competitivo, pero el dolor es tan intenso que al bajarme me cuesta caminar”, le cuenta a ADN Cycling el ciclista que el próximo 12 de agosto cumplirá un año sin subirse a una bicicleta. Una eternidad. Un vacío que le duele en el alma, pero que en el fondo ha sacado su versión más obstinada y humana. En medio de su incertidumbre por descifrar el problema que lo aqueja, ha aprendido el valor de ser padre y esposo, de aferrarse a su familia y a entender que sí, que el ciclismo ha sido una parte muy importante de su vida, pero que no es la finalidad de su existencia. 

Se alejó obligado. La dolencia se extiende por toda la pierna derecha y no le da tregua. En ocasiones provoca llanto. El diagnóstico aún no es preciso. “Hemos hecho de todo, me he puesto en manos de muchos especialistas… exámenes, terapias, infiltraciones… todo. Cada infiltración vale un millón y ya me he hecho tres, pero no se ve la mejoría. Ahora estoy con James Madrid, un especialista que también ayudó a la recuperación de Samuel Herrera (corredor del Team Sistecredito). Él me lo recomendó y la verdad es que se ha notado mucho el cambio. Me está ayudando de muchas maneras. Es una persona amorosa, que me entiende y sabe mucho. Esto también se ha convertido en un reto para él”, cuenta.

“No veo ciclismo, no me entero de las cosas de carrera. Me da nostalgia. Es duro saber que aún podría estar ahí, que solo tengo 23 años. Me frustra”, dice a corazón abierto, despojándose de esa timidez que lo invadía al hablar en público. Ni siquiera en sus momentos más felices como corredor del EPM se atrevía a hilar frases que abarcaran algo más íntimo y fuera del contexto competitivo. “Lo mejor que me ha pasado en este tiempo es que he podido ver a mi hijo crecer, lo disfruto, veo sus cambios. Sus primeras palabras fueron papá. Son cosas muy lindas que si estuviera montando de pronto me hubiera perdido. Así es la vida. También tengo una esposa que ha dado todo por mí, que no me ha dejado caer. De no ser por ellos ya me hubiera tirado a la calle”.

Ese “tirarse a la calle” habla de una cruda realidad, del desespero, de la desolación que sentía por tantos reveses y las pocas respuestas concretas a su situación. Hablaba de perderse en mundos que solo traen consecuencias nefastas y en nada aportan a la verdadera resiliencia que pide la vida. “El equipo me apoyó hasta donde pudo, pero al no ver una mejoría me dijeron me recuperara, que tenía las puertas abiertas, pero ya no podían ayudarme más. Yo en este momento no tengo ninguna entrada, no tengo sueldo, mi esposa y mis padres son los que me ayudan en el día a día”, afirma Pinocho, que sigue en la búsqueda y persiste en su lucha por recuperarse y volver al pelotón.    

A un año de su retiro temporal, el problema persiste y los diagnósticos no son definitivos. No hay certezas. Su tiempo transcurre entre colaborar en casa, revisiones y detalles de resonancias en la Clínica de la Artrosis. También en escenarios duros e insólitos como un atraco en el Puente de La Madre Laura mientras se dirigía a una de sus citas. “Me siguieron en moto, me bajaron, me amenazaron y me dejaron sin celular”. Una locura. “He llorado mucho, he sentido impotencia, pero sigo luchando por volver. Miro a mi hijo y quiero que más adelante vea que su padre es su héroe”, dice y señala sus cuadros con las fotos que lo muestran con los brazos en alto en aquella inolvidable Vuelta de la Juventud. Han pasado tres años, pero Pinocho sigue siendo joven, tan joven como para pensar que si el dolor algún día se va, su talento ya no tendrá impedimentos para renacer. 

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